Me perdí cuando niño,
me olvidaron los espejos,
supe la verdad sobre la soledad
cuando descubrí la Luna.
Las calles ya sin nombres,
sin nación,
oquedades todas,
pilotaron mis pasos
a una visión en technicolor,
del sin tiempo, del abandono.
Del pavimento a la tierra suelta:
Un par de pasos.
Metales y memorias ardían lo mismo,
bestias olvidadas en un cementerio improvisado,
lágrimas de aceite, cuerpos retorcidos,
abandono del motor por la chatarra.
De la tierra suelta a un sembradío de engranes:
Un par de centímetros.
Bajo mis pies, tornillos burbujeando de cansancio,
pintura en modernos dinosaurios
levantando plegarías y escamas al sol,
expuesta la soledad del birlo sin la tuerca.
Ah! Tambor sin su neumático,
Mercedes-benz veinticuatro asientos desolados,
lágrimas de vidrio formando un pasto abrillantado.
Ah! Pistón sin tu bujía.
Soledad paleontológica,
el hombre abandona perpetuamente,
se abandona a sí mismo, a Dios y
¡al diablo con el hombre!
Debajo de los cuerpos no habitan ya los carroñeros.
Teobaldo es príncipe y señor del cementerio,
triste maúlla sin un Mercutio al que arremeter,
ni rata que comer, sin entender aún a los espejos.
¿Qué quieres de mí? Dijo Teobaldo.
Una sola de tus nueve vidas, dije;
Una sola, de ser el olvidado.
Noviembre/2006.
martes, 3 de abril de 2007
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