
Ese día había amanecido martes, bajé del autobús que me traía en sus adentros desde hacía unas 6 horas. — ¡Puerto Morelos! — gritó el copiloto, que además de ser el segundo de abordo, era también el encargado de colocar en el reproductor de DVDs, la última película de estreno, claro, siempre antes que en los cines, esa es una de las ventajas de viajar por carretera en mi país: Viaje, sacudidas, gordito mejillasrosadas aplastándote contra la ventanilla y estreno cinematográfico en avant premiere todo por un solo ticket.
Ese martes había amanecido lloviendo, era mi primera vez en Quintana Roo, ahora que lo pienso, es la única vez que he estado allí. Salí de la estación de autobuses entrecerrando los ojos, la lluvia caía sobre mí en pequeñísimas gotas, casi brisa, pero constante, abrazante, caminé un par de horas, hasta que entre los anuncios de las tiendas leí, gigantes letras rojas sobre vinilo amarillo: “Tortillas de Harina Sinaloa”. Las tortillas de harina, son tortillas hechas de harina de trigo, típicas del norte de México, Sinaloa, es el nombre de mi estado, que en lengua indígena significa tierra de Pitahayas, un fruto de cactus bastante sabroso que se da por toda la región.
Caminé hasta el interior del establecimiento y compré un paquete de tortillas, le dije a la dependiente — ¿Ustedes son de Sinaloa? — y ella sonriendo coquetamente, me dio un Sí, dulce, mojándose con la lengua sus labios de niña. —También yo soy de por allá, hace no más de un par de horas que llegué al puerto— y ella abrió sus ojos avellana, grandes, luminosos y felices y apresurada preguntó —¿y va a vivir por aquí cerca? — y yo, que torpemente no me daba cuenta de la atracción que la niña sentía por mi, le dije —solo un tiempo, voy a Verona, pero no tengo ni un clavo en el bolsillo, ¿no podrías conseguirme trabajo aquí? — ella con toda la inocencia de sus pocos años, movió su cuerpo ligeramente entre los estantes y retrocedió hasta la trastienda de donde casi a rastras, trajo a su padre, dueño de la tortillería.
—Po´s buenas amigo— dijo el enorme hombre, y me extendió la mano llena de polvo de harina, de masa y sudor —Soy Maximiliano Fernández Osuna— mientras casi me partía la mano en dos con el saludo —León Cartagena— le dije sin dejar de verlo a los ojos. —Dice mi´ja que anda buscando trabajo. ¿A poco le sabe a esto de las tortillas? —
Sincero con el enorme hombre aquel, le dije —Mire Don Max, yo de tortillas sé nada más comerlas, pero de otras comidas, ahí si, y de literatura, de eso sé un poco más que de cocina, pero, no creo que Puerto Morelos sea diferente a los otros lugares donde he estado, tampoco aquí debe poder vivirse del arte— y me vio con calma mientras cruzaba los brazos frente a su pecho, respiro hondo y tragó saliva — ¿y es de Sinaloa? Por que yo soy de Guasave— rápido le contesté que si, eso parecía estar abriéndome una puerta en esta aventura —Soy de Los Mochis, a una hora de Guasave— y detrás del corpulento tortillero, asomó la cara la pequeña y atropellándose las palabras dijo —y yo me llamo Esthela, y tengo ya diecisiete años y arriba hay un cuarto donde se puede quedar, ¿verdad papá? — Esthela, sus labios rosados y sus ojos grandes, me atraparon, agachada detrás de su padre reía a carcajadas como quien encuentra un objeto que buscaba hace mucho tiempo, reía y sus pechos recién nacidos temblaban exigiendo ser acariciados. —Puede quedarse unos días— dijo Don Max —puedo llevarlo a los barcos, dice mi´ja que va a cruzar el charco, ahí entrego tortillas en las cocinas de los cruceros y tengo muchos contactos, ahí le puedo conseguir trabajo y po´s, ahí usted se averigua si le conviene— me había encontrado con un verdadero milagro —pero nomás por que es paisano, compadre. Por qué si no, no le ayudo— Y Esthela casi saltando se paró entre su padre y yo, y dijo —Pa´ pero no hay barco grande hasta la próxima semana, mientras puede trabajar aquí, así paga la comida y el cuarto, ¿no? — Me veía y la veía más allá de todo en aquella tienda, no sabía, si me emocionaba más saber que cruzaría el Atlántico, o tener tan cerca la belleza de Esthelita, su inocencia y su prisa por mostrarme que tan lejos estaba el cuarto que me prestaría su padre, del cuarto donde ella dormia…